


Subrayo las palabras que más se repiten en este libro: mar, ballenas, mamá. Con la cadencia del oleaje, que avanza y retrocede, que entrega y quita, que escupe y come, Pilar Cimadevilla persigue en estas páginas la corriente de la vida para entender en qué momento ocurren las cosas. ¿Cuándo lo transparente se hace visible? ¿Cuándo lo que aparenta inmóvil, agitado? Cuesta enfocar el movimiento, buscar más allá de lo inmediato. Pero así como las ballenas respiran a voluntad, la narradora de esta novela se resquebraja para sobrevivir y recoger, una y otra vez, con precisión poética, la luz que entra por la herida. (Adriana Riva)
¿Qué le pasa a una mujer cuando se vuelve madre de su propia madre? ¿Cómo se registra el deseo de gestar? ¿Cuál es su génesis? Estas preguntas sobre la maternidad en sus distintas formas atraviesan El mar avanza hacia sí mismo. La autora sigue a sus personajes con una curiosidad tierna que no juzga. Hay una especie de pureza en la manera de observar, tanto que la voz narrativa puede verse a sí misma como si su reflejo le generara extrañeza. La prosa de Pilar Cimedavilla está impregnada de una tristeza casi dulce, a medio camino entre el arrullo y el mantra. Una novela hipnótica y conmovedora que logra aislar algo de lo bello en medio del dolor. (Soledad Urquia)
Querido mar:
desde el muelle
persigo el camino blanco
rastro de luna llena
sobre tu superficie
en plena noche
el horizonte también existe.
¿Es un lenguaje la luz?
Sentada en el borde
con las piernas colgando
escucho el coro de minerales
su llamado
entro con el cuerpo
así me sostenés
hasta borrar los límites
que seamos juntos otra cosa
ni vos ni yo
solo agua.
INDIGO (Málaga, España, 2021)
La foto tiene las puntas redoneadas. Mamá usa un mameluco rojo, un mechón de pelo barrido por el viento le tapa los ojos. De su boca emana la felicidad de estar entregándome un paisaje. Sentada sobre sus piernas, miro la arena mientras la furia, mientras la libertad de las olas golpea por primera vez en mi corazón.
Me despierta para que mire por la ventanilla. Pegada a los colores del sueño que acabo de abandonar, me enderezo en el asiento. "¿Ves las montañas? Bueno, lo blanco de arriba es nieve" ¿Cómo nieve si estamos en verano?, le pregunto. "En la cima hace tanto frío que no llega a descongelarse nunca, es eterna".